LA MÁQUINA DE LAS TENDENCIAS. La idea de renovar para que no se detenga la máquina de las ventas es la especialidad de las grandes empresas del sector moda

Hace ya muchos años que la moda decidió que las tradicionales temporadas de primavera-verano y otoño-invierno eran insuficientes para mantener su boyante negocio con la maquinaria plenamente engrasada.

 


Si podían hacer que la gente renovase su vestuario cuatro o cinco veces al año en lugar de dos, ¿por qué debían contentarse con menos? Así, temporadas semi-estacionales y desfiles especiales -con colecciones de noche, de baño, de boda o líneas de crucero- ampliaron las producciones de la industria de la moda, abandonando el criterio de la vestimenta variable según la meteorología para abrazarse a la noción más compulsiva e impaciente de la avaricia que rompe el saco.

Es casi lógico, casi, que una industria especializada en renovarse encuentre su razón de ser en el cambio continuo, un movimiento perpetuo que le asegura una productividad casi ilimitada a partir de inventar, cíclicamente, las llamadas tendencias: ni un estilo ni un material nuevo, una cuestión de detalle; las cinturas bajas o las perneras anchas, la falda corta o el escote en pico, matices renovables, revisables y reutilizables en asociaciones ilimitadas en un verdadero ejercicio de sostenibilidad inventiva.

La idea de renovar para que no se detenga la máquina de las ventas es la especialidad de las grandes empresas del sector moda. Y, desde hace ya unas décadas, no sólo ha ido aumentando su rapidez renovadora adquiriendo un ritmo frenético que lleva a las grandes superficies a variar su mercancía semanalmente para saciar la sed consumista de quienes necesitan prendas nuevas a cada rato. El asunto es que tamaña voracidad es contemplada con profunda admiración por otros sectores de la industria como, por ejemplo, el sector del mueble, el que nos incumbe. El peligro de semejante cambio de prioridades –renovar por necesidad o renovar para incitar al consumo- es incalculable. Y paradigmático. El resultado es que hace años que la moda ya no envejece. No le damos tiempo a hacerlo. Y, como consecuencia, el vintage convive con la más rabiosa actualidad en un espacio en el que todo vale y todo es considerado moda excepto lo que no se entiende, o recuerda. Es entonces cuando aparece una tendencia, o un creador o creadora de tendencias, para indicar el camino en ese viaje a ¿ninguna parte?

Jesus Gasca fundaddor de STUA
Silla «Globus» © STUA

Un creador de tendencias es alguien entre despistado e imaginativo, entre astuto, extravagante y falto o sobrado de recursos que se dedica a combinar lo incombinable: sandalias con calcetines o calados con tatuajes, por ejemplo. En esas combinaciones inesperadas es donde aparecen las tendencias. ¿Cómo son las tendencias en los muebles? Más allá de las modas de temporada (las diferencias entre verano e invierno no eran suficiente motivo para renovar el mobiliario) la gente solía cambiar de mobiliario una vez en la vida. Sucedía más o menos así: primero heredaban lo que el resto de familiares no quería: el sofá con tapicería de cretona inglesa de la abuela condenado a vivir bajo una manta el resto de su existencia, el aparador de la bisabuela, el espejo de la suegra y las sillas estilo sueco de los padres o del contenedor (los más osados). Luego adquirían el propio que, a su vez, pasaría a engrosar la colección de bienes móviles y heredables. Así, los cambios en el mobiliario pasaron de acontecer cada medio siglo a sucederse cada década para, finalmente, decidirse de año en año, y en su defecto, de feria en feria. Nada ni nadie puede aguantar semejante tirón. Por eso, entre los diseñadores, ha habido quien ha sabido triunfar inventándose y reinventándose -y lo ha hecho aprovechando la voluntad de fácil desembolso de una población ansiosa por engrosar la categoría burguesa- y ha alimentado su imaginación con información y una visión propia. Pero también ha habido quien ha decidido no participar de esa fiesta en la que se veía incapacitado sino para bailar, por lo menos para disfrutar con el baile. Es el caso de Jesús Gasca, de la empresa Stua de San Sebastián. El Premio Nacional de Diseño, que recibió el año pasado, indica que alguien se dio cuenta de que, entre los diseñadores y productores de muebles españoles, había alguien que, con humildad, se convertía en el Bartleby de los muebles y decía: “preferiría no hacerlo”. Esa inacción por respuesta se ha convertido hoy en una contratendencia. Puede, puede, que algo esté finalmente cambiando.

Desde hace unos meses, la resistencia ha vuelto a actuar. A base de bofetones son muchos los empresarios que, como insistía Jesús Gasca, han admitido que el mejor mueble no es un asunto de temporada, que los mejores diseños no son los que marcan tendencia. ¿Por qué? Porque son inimitables. Porque no se puede dar lo que ellos ofrecen por menos del valor en el que están tasados. Son estos empresarios los que están empezando a demostrar que los modelos de pasarela, ideados sólo para copar portadas de revista y que muchas veces no llegan a producirse, no favorecían la relación entre cliente y fabricante. ¿Cuál es el papel de las ferias en un mundo donde las tendencias son admitidas como un asunto menor, superfluo, curioso -sin duda- pero también intrascendente? Jesús Gasca no ha fallado nunca. La Feria de Valencia es su ocasión para conocer a sus clientes y usuarios. Apostar por seguir tendencias equivale a conocer su muerte a manos de una contratendencia.

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