Hay pocas ciudades costeras en el mundo que hayan tenido una relación tan distante con su litoral como Valencia, una ciudad preferentemente asentada sobre una cultura terrestre y hortelana, antes que sobre la marítima y marinera que legítimamente podría corresponderle. Estas raíces culturales y económicas están presentes en la ciudad, cómo negarlo, pero siempre subrepticiamente, en posición secundaria respecto a la fortaleza del imaginario hortelano, dominador indiscutible del sentimiento vital valenciano, como atestigua la muy acentuada condición hortofrutícola de nuestro lenguaje simbólico.
Todo se resuelve mar adentro, así que dentro del santoral Blasquista, que tanto ha influido en la conformación del ideario sentimental local, los navegantes asimilables a la cultura valenciana no son los que surcan los procelosos mares, sino los que pescan en las apacibles aguas de la Albufera, sacudidas por intensos dramones socio-sentimentales y no por las tormentas inacabables y las furiosas olas que azotan regularmente a los viajeros ultramarinos.
En su parte urbanizada, el litoral de la ciudad de Valencia no puede ser más deprimente: los altamente invasivos espacios portuarios están claramente sobredimensionados
El litoral de Valencia es resultado de estos desdenes: se ha desarrollado desde una desidiosa actitud de la Valencia interior, que no se ha sentido en exceso concernida, dando lugar a la formación espontánea (y austista) de espacios productivos especializados (puerto); a la formación y consolidación de mediocres áreas residenciales de muy variada pero casi siempre discutible condición; y a la persistencia de grandes vacíos en los fragmentos playeros del Sur… Unos espacios urbanos desarrollados en los últimos tiempos desde las necesidades específicas de la actividad portuaria, cuya autoridad ha campado a sus anchas, con plena tolerancia municipal y ciudadana, lo cual es, por otro lado, una excepción, pues lo habitual es que entre los puertos y las ciudades surjan agudas controversias y que el espacio portuario sea objeto de persistentes disputas. Prácticamente todos los puertos urbanos del mundo que están en contacto con las ciudades han terminado pactando un uso diferenciado del espacio portuario, siguiendo el ejemplo de Baltimore (8 años anterior al de Barcelona, aunque los barceloneses crean ser los descubridores de la pólvora) y rescatando importantes superficies abiertas a los ciudadanos. Pero no es el caso de Valencia, debido a que su descubrimiento del valor estratégico del litoral es reciente, parcial y, por diversas razones, del todo insuficiente y desganado. Así nos luce el pelo… En su parte urbanizada, el litoral de la ciudad de Valencia no puede ser más deprimente: los altamente invasivos espacios portuarios están claramente sobredimensionados (según demostró fehacientemente Carlos González Triviño, comparando las equivalentes superficies y los desiguales tráficos de los puertos de Valencia -si se consumase la tropelía ampliatoria- con los de Hong Kong) y los espacios urbanos son de rango subalterno, calidad estética ínfima y nula prestancia, y conforman, junto con la de Tarragona, la más lamentable fachada urbana marítima del Mediterráneo Occidental.
La primera línea mezcla edificaciones decadentes con lúgubres equipamientos educativos, lo cual es cosa bien extraña, equivalente poco menos que a tener un colegio en los lugares más mollares de la Quinta Avenida, lo que da idea de cuánto han apreciado nuestros rectores el espacio litoral, que envían allí a los escolares. La gestión pública reincide en minusvalorar este espacio, pues no hace mucho la empresa municipal Aumsa seguía pretendiendo expropiar viviendas y suelos de primera línea a precios de protección oficial, pues no les suponía mejor destino. Cosa que no espanta, pues en los espacios urbanos recientemente urbanizados en la Patacona (los de régimen de vivienda libre) tampoco hay apelación ni compromiso con la excepcionalidad de su localización.
Por lo que respecta a los vacíos debe afirmarse que, hoy en día, suponen un atributo diferenciador del máximo valor que refuerza las óptimas condiciones medioambientales de Valencia en relación con las que tienen sus principales ciudades competidoras (las otras cuatro áreas metropolitanas del Mediterráneo Occidental: Barcelona, Marsella, Génova y Nápoles), pero, desgraciadamente, esta resultante conservacionista no se debe tanto a la sensibilidad medioambiental del empresariado local, sino a la muy escasa atracción que siente hacia las actividades terciarias basadas en intangibles, incluso cuando, como el turismo, su amplio desarrollo ha dado lugar a tantas experiencias tangibles en todos los órdenes, incluso en los táctiles. Lástima que sólo presten atención a otros menesteres más rotundos.
LAS CONDICIONES DE PARTIDA: LAS PLAYAS Y EL PUERTO // Las playas y el puerto constituyen dos de los elementos más característicos del litoral. No porque haya muchos ni ocupen mucha longitud de costa, sino porque son los dos espacios sobre los que se asientan los aprovechamientos económicos más importantes.
Pese a lo que parece evidente desde una perspectiva meramente empírica, apenas hay playas en España, pues de las más de 5.800 que figuran en el catálogo del Ministerio, sólo 85 tienen dimensiones y características suficientes para incorporarse a la categoría de playas urbanas cualificadas, es decir, recintos urbanos de arena con más de 500 metros de largo y 50 de ancho susceptibles de generar actividad turística consistente. La superficie útil conjunta de estas playas es, en todo el territorio español, incluido el insular, de apenas 5.300.000 m2, varias veces menos que cualquier estación de esquí española, pese a que España es, con gran diferencia, el país europeo con una oferta más nutrida, de manera que las playas urbanas cualificadas son hitos geológicos de muy elevada singularidad: de hecho, según señalé hace ya tiempo, en 2002, la superficie útil de playas urbanas cualificadas supone apenas un 0’001% de la superficie nacional (poco más de un metro cuadrado por cada 100.000). Pero proporcionan más del 10% de la renta española.
En su Área Metropolitana Valencia tiene potencial suficiente para incorporar una sustantiva porción de nuevas playas urbanas cualificadas. Si mejorase la gestión de las ya disponibles (Patacona, Malvarrosa, Pinedo), se hicieran más accesibles y cualificaran los servicios de las playas del Saler y se recuperase para uso playero parte del litoral norte, hasta Pobla de Farnals, podría aportar un 15% suplementario a la oferta de playa española e incorporarse plenamente a los espacios turísticos más rentables. El impacto social y económico podría ser enorme.
Pero a los valencianos eso no parece interesarnos. Muchas son las pruebas, pero me ceñiré a tres muy expresivas: en primer lugar, la política turística municipal, absolutamente refractaria a todo lo que huela a playa, ignorando que en el origen de todo el turismo glamouroso, que es el que, según parece, quiere captarse, la playa ha tenido y tiene siempre un papel protagonista; además, el tipo de desarrollos urbanísticos ligados a nuestro litoral, en el que ejemplos como el del Polígono Industrial del Mediterráneo o el inefable Port SaPlaya (¡donde el frente urbano a las zonas de playa está ocupado por dos grandes superficies y el parking mediante entrambas!) son plenamente ilustrativos del desinterés que suscitan las playas en nuestro empresariado; confirmado, en tercer lugar, por la débil presión urbanística registrada en el Saler, un asunto tan insólito como afortunado, y por la ausencia de todo signo de interés distintivo en las actuaciones recientes en la Patacona.
A nosotros lo que parece gustarnos (así deben pensar las autoridades) son los grandes retos, cuanto más costosos y difíciles, mejor. Así que en lugar de aprovechar nuestras singularidades, que son diferenciales, porque nadie las tiene igual que nosotros, y además nos salen gratis, y que en otros lugares acreditan una solvente capacidad para generar estructuras productivas estables y de elevada rentabilidad económica y social, aquí lo que nos gusta es construir ciclópeas ciudades de las artes y de las ciencias, organizar dispendiosos eventos efímeros y auspiciar visitas papales, pues hay públicos de muy distinta condición (pero todos de elevada renta) a los que atraer. Que luego la cosa funcione es lo de menos, y que estén cerrando hoteles y que la ocupación hotelera sea tan mediocre, por detrás de todas las ciudades españolas de mayor porte, nos debe resultar indiferente. Lo importante es que estamos en el mapa, aunque no se sepa bien en qué mapa estamos y con qué propósito. ¿Por qué vamos a detenernos en minucias? A nadie interesa que nuestra ocupación hotelera de fin de semana sea menor que la de Logroño o Zamora. Desde luego no a los responsables (sic) turísticos valencianos, ocupados como están en dar apariencia real, al coste que sea, al sueño monegasco de Rita.
En resumen, nuestro litoral es un lugar olvidado por la mayoría de la población. No percibo preocupación real en cómo mejorar Nazaret y la Malvarrosa y, para mi sorpresa, no ha surgido debate sobre el estropicio que se ha perpetrado en la Patacona, una actuación litoral desprovista de sensibilidad y ausente de toda imaginación y sentido de la excelencia.
Por lo que respecta al puerto también hay cosas que decir. Debería ser motivo de persistente orgullo de la ciudadanía, a tenor del modo rimbombante en que se conducen los representantes de la autoridad. Pero lo cierto es que hay puntos oscuros: la lamentable decisión de ampliar la instalación en Valencia y no en Sagunto supone un caso de ceguera territorial de tal magnitud que uno termina por sospechar que lo que realmente ha interesado es sacar a concesión las obras y no tanto el destino ni la utilidad que vayan a tener, especialmente porque ¡también planean ampliar Sagunto! Al margen de que los portuarios no comprometidos con el negocio de las obras públicas defiendan que sería mejor operar en una sola instalación portuaria, lo que parece es que ni el volumen de tráfico parece reclamar la ampliación (menos aún la doble), ni la contribución del puerto al sistema productivo valenciano la justifica, pues no es en modo alguno tan relevante ni decisiva como postulan los corifeos académicos. Ninguno de los numerosos profesores beneficiarios de la Fundación Puerto de Valencia ha podido explicar cómo la etapa más expansiva del Puerto en Valencia se ha saldado con la de mayor pérdida de significación porcentual del empleo industrial en el Área Metropolitana: entre 1995 y 2005, mientras el tráfico portuario crecía perceptiblemente, el empleo industrial metropolitano descendió del 24 al 16%. Para los profanos en la materia, como es mi caso, la cuestión está clara: éste es un puerto importador, que en lugar de estimular la actividad secundaria, lamina las escasas oportunidades que tiene la débil estructura industrial valenciana, ya que los tráficos principales provienen de China y otros países orientales, directamente competidores con nuestra industria. Por otro lado, siendo su principal componente exportador la cerámica, su ubicación en Sagunto sería mucho más razonable: solucionaría el problema del acceso norte, costosísimo al punto de que ninguna administración quiere asumirlo, y aproximaría a casi la mitad el recorrido del transporte desde su origen castellonense. Liberando de paso el litoral de Valencia para usos terciarios más sofisticados, acordes con su potencial territorial.
EL BALANCE: UN LITORAL LATERAL // Lo peor de todo es que no tenemos más que preguntas. Seguimos sin saber en qué fundamentos ni sobre qué propósitos se define la estrategia litoral. Ni el modelo territorial ni el plan general de Valencia lo aclaran. No sabemos hasta cuánto ni hasta cuándo querrá seguir creciendo el puerto. No sabemos si lo de las playas importa a alguien más que a los contados usuarios que las frecuentan intermitentemente. No conocemos si hay políticas urbanísticas destinadas a potenciar las áreas próximas a la costa para extraer todo su potencial económico o si van seguir siendo espacios subalternos de baja calidad urbana. Ni siquiera sabemos si la expresión fachada litoral es algo más que un término banal, que no reviste importancia estratégica alguna más allá de la estrictamente retórica. Porque, lo que parece a primera vista es un no-lugar adaptativo y tendencialmente mediocre (cuando no perverso), un espacio de oposición entre el mar y la tierra, y no de contacto simbiótico entre ambas. Un espacio sometido a la ley del más fuerte (el puerto), un coloso autista cuyas decisiones se hurtan no sólo al debate ciudadano sino que responden a lógicas que superan a las que manejan las autoridades locales. Un espacio reglado por el interés económico donde se proyecta la ideología desarrollista que sigue animando a los cuerpos de ingenieros, germen fáustico de las grandes empresas constructoras que gobiernan nuestro territorio. En resumen, nuestro litoral es un lugar olvidado por la mayoría de la población. Estoy convencido de que la batalla del Saler se ganó para la causa de los conservacionistas no por la fortaleza de sus postulantes, sino porque a la burguesía valenciana no le interesaban demasiado las playas locales. No percibo preocupación real en cómo mejorar Nazaret y la Malvarrosa y, para mi sorpresa, no ha surgido debate sobre el estropicio que se ha perpetrado en la Patacona, una actuación litoral desprovista de sensibilidad y ausente de toda imaginación y sentido de la excelencia. Y ante la cual, ciertamente, la ciudadanía ha pasado olímpicamente. Así que, por lo que parece, tenemos la lamentable fachada marítima que nos merece nuestra nula preocupación litoral.