VICENT DE L`ALBUFERA. La vida de Vicent Moncholí, agricultor de la huerta de Massanassa y del marjal de Sueca y de Sollana, en L’Albufera de Valencia, discurre como una acequia por la memoria y la experiencia del agua.

La vida de Vicent Moncholí, agricultor de la huerta de Massanassa y del marjal de Sueca y de Sollana, en L’Albufera de Valencia, discurre como una acequia por la memoria y la experiencia del agua. Más allá de cuestiones biológicas, para Vicent no hay vida sin el líquido elemento.

Asomado al arrozal desde su caseta de L’Estell, al sur del pueblo de El Palmar, fantasea con transportarse apenas un siglo atrás. Piensa en quienes -como él lo hace ahora- pisaron estas tierras. «Las personas pasamos, pero la tierra y las cosas permanecen. Y vendrán otros a sentarse aquí donde tú y yo estamos ahora. Y tal vez entonces se acuerden de quienes estuvimos antes».

Vicent Mocholí. Fotografía: Vicent Llorens

 

Le digo que la tierra será la misma, pero que el paisaje ha cambiado mucho en no demasiado tiempo. Asiente y me cuenta que donde ahora se extiende un manto verde de arroz a punto de espigar, al filo del mes de agosto, hace unos pocos siglos había una isla de carrizo donde seguramente pastaba el ganado, orlada de marjales y rodeada de agua. No había arrozal todavía y las cosechas recibían la influencia del mar, del pescado y la sal. L’Albufera, el lluent (espejo), diez veces mayor y mil veces más limpio que hoy, era dominio de los pescadores, dice.

No hace falta ir tan atrás. Hace cincuenta años el agua del lago era mil veces más limpia que ahora, con L’Albufera arrastrando las consecuencias del desarrollismo y la industrialización incontrolados de los años sesenta y setenta. El paisaje, sin embargo, ya había cambiado. Por cada pescador había cien agricultores, el mar había dejado de ejercer su antigua influencia sobre el humedal y, donde antes nadaban los peces, crecía el arroz.

Durante siglos, el avance de la restinga había ido anulando la antigua gola de L’Albufera, por donde entraba el agua del mar. A través de los barrancos y las nuevas conducciones que derivaban al lago caudales del Júcar y el Turia, el agua dulce se impuso a la salina. A mediados del siglo pasado, en gran parte del antiguo lluent, el agua ya no ocupaba el espacio a sus anchas, sino que, como lo hace ahora mismo, discurría apretada por una infinidad de canales entre el arrozal. Cuando piensa en el trabajo ingente de aquellos colonos que fueron desecando y aterrando el lago para cultivar el arroz, Vicent se hace cruces.

Vicent Mocholí. Fotografía: Vicent Llorens

 

Vicent conserva vivo el recuerdo del agua limpia y, seguramente por ello, no pierde las viejas costumbres. En cuanto acaba la faena, de la pequeña replaza inundada y libre de arroz que se forma en la boca de la pequeña acequia, junto a la caseta, hace una bañera. Y, en calzoncillos, con el agua por las rodillas, se remoja como un gorrión en un charco. Para la inesperada foto, sin embargo, se pone el traje de baño que trae del Perellonet y una camiseta de las fiestas de Corbera de hace 15 años. Si me avisas, me traigo otra ropa. Mientras me cuenta, Vicent usa palabras que jamás había oído antes. Habla de cadúfols y garramatxes, por ejemplo. ¿Cómo es tu paisaje, Vicent?, le preguntó. Mi paisaje cambia cada día, lo mismo que cambia el trabajo de la huerta y del marjal. Un día, una faena. Otro día, otra. Ahora el arrozal está verde. En unos días estará dorado de espigas y tendrá ese olor que tanto me gusta de la flor del arroz. En un par de meses, estará convertido en un espejo de agua gris y azulado. El paisaje del arrozal, como el de la huerta, como cualquier paisaje que uno quiera, es una maravilla, un regalo que hay que cuidar.

Su nieto Lluch está con él. La tarde está cayendo y el niño, de tres años, ya sabe lo que viene ahora: los murciélagos salen de su refugio, las ranas vienen croando con intensidad creciente y, más allá, el mochuelo emitirá en un rato su reclamo chillón.

Vicent Mocholí. Fotografía: Vicent Llorens

 

EL HUMEDAL QUIERE AGUA. // L’Albufera de Valencia, L’Albufera de Vicent, es uno de los humedales más importantes de la Península Ibérica. Las aves acuáticas encuentran aquí uno de los principales refugios y zonas de alimentación de todo el sur de Europa. La  sensibilidad y el compromiso que manifiesta este agricultor con su entorno son tales que la Fundació Assut, una entidad privada que trabaja por la conservación y la divulgación de los valores de L’Albufera y el regadío tradicional de la huerta, lo tiene entre sus patronos de honor. En representación propia y de la fundación, reclama para este lugar agua en calidad y cantidad. El sistema de colectores y depuradoras que tratan las aguas residuales, creado en los años noventa, mejoró las cosas en su día, pero no ha sido suficiente para recuperar el lago limpio de hace medio siglo.

Muchos de los problemas que sufre L’Albufera van poco a poco menguando, pero aun así, la contaminación de las aguas, la antropización del medio, la intensificación agrícola o la escasa ordenación de usos como la caza son factores que limitan los valores naturales de este espacio. Y, en concreto, lo que más preocupa a Vicent es la pérdida progresiva de las tradicionales aportaciones del Júcar a L’Albufera, que han ido reduciéndose al tiempo que los políticos se enfrascaban en una guerra electoralista en torno a este recurso básico. Sentado en el margen de su pequeña acequia, Vicent se moja y se frota la cara y las piernas y dice: El humedal quiere agua, agua limpia.

 

Vicent Mocholí. Fotografía: Vicent Llorens

LA FUNDACIÓ ASSUT // La Fundació Assut es una entidad privada sin ánimo de lucro que trabaja por la recuperación y la conservación del paisaje, la biodiversidad y los valores culturales y patrimoniales de los sistemas litorales del Mediterráneo, con especial atención a la huerta de Valencia y los humedales costeros como L’Albufera. Para más información: www.fundacioassut.org

 

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